lunes, 17 de septiembre de 2012

Facta non verba, la importancia de las palabras

Hace no no mucho me puse a pensar hace cuánto me gustan las letras y la respuesta fue sencilla: desde que tengo memoria. Era de esas niñas que se quedaba leyendo a la hora del recreo en vez de salir a jugar, me emocionaban los fines de semana porque eran días de quedarme en la cama leyendo a Julio Verne o a Charles Dickens. Ya de grande caí en cuenta que hay nombres que te determinan, y el mío siendo un verbo me determinó y creo un lazo entre las palabras y yo.

Hoy vivo de y para las palabras, tanto en la universidad como en el trabajo. Respiro letras por los ojos y las exhalo por los dedos. Trato que las cosas se digan de la mejor manera posible estéticamente hablando y admiro a aquellos que logran decir lo que he pensado de una manera que yo jamás hubiera podido. Pero en la vida cotidiana las cosas son muy distintas, he aprendido a sólo decir cosas que pueda cumplir, no decir cosas de las que me pueda arrepentir.

Hace algún tiempo me tatué "Facta non verba" (hechos no palabras) porque la vida me enseñó a golpes (o a arrastramientos como me dijo alguien) que por más hermosas que sean las palabras de alguien lo que valen son las acciones. No me eximo de culpas, yo también he sido de esas que se aprovechan sólo por lo bien que suenan. Ese tatuaje es una cicatriz con la cual me hice la promesa de no volver a hacerlo ni permitirme creer en palabras sin acciones, en no vivir esperando lo que me dicen.

He vivido en la más sana sinceridad, con plena conciencia y sobretodo convicción en cada una de las palabras que salen de mí, de mi boca y de mis dedos; en el aspecto personal, claro. Uno debe de tener la claridad de que las palabras pueden arruinarle la vida a alguien y sí, es muy fácil hablar; sobre todo para los que se nos da la retórica, pero no se puede ni se debe jugar con las palabras. Ya que estas implican valentía, coraje. Coraje para cumplir absolutamente todo lo dicho porque las palabras se quedan en el aire y no son válidas sin actos que las corroboren.

Uno no puede ir por la vida diciendo lo que siente y cree sólo en el momento ¿cuántas personas conocemos que van cambiando de religión como si fuese una moda? ¿o las que cambian de "amores de la vida" como si cambiaran de celular? O las que van cambiando de filosofía de vida cada año y que peor aún, hablan y hablan de lo maravillosa que es si filosofía ppero sólo es de dientes para afuera. Se vale buscar lo que nos hace felices, pero la incongruencia hace que perdamos credibilidad. Todos nos hemos contradicho en algún punto de nuestra vida y es válido, lo que en definitiva no es valido es lastimar a los demás por lo que sentimos y/o pensamos en el momento. No es que uno lastime con alevosía y ventaja simplemente que a veces no se tiene la suficiente madurez. Para hablar uno debe de ser lo suficientemente maduro y no vivir egoístamente a favor sólo de nuestros intereses y necesidades del momento ya que todo lo que decimos tiene un resultado, causa y efecto.

Agradezco a la vida que me ha hecho entender todo esto y sobretodo me ha hecho ser una mujer fuerte y franca, lo suficientemente madura para pensar y validar absolutamente todo lo que digo. Desde que adopté esta filosofía de vida me siento mucho más íntegra y segura, aunque los golpes y decepciones son mucho peores. A la mala he aprendido a callar y sólo decir lo necesario, lo que puedo comprobar y validar con mi manera de actuar. Aprendí a disfrutar el día a día y aprovecharlos al máximo, el aquí y el ahora, Carpe Diem. He amado, sufrido y anhelado como pocas personas pero como dijo Eráclito, Panta rei (todo fluye) y lo que ayer dolió hoy dolerá menos, es sólo cuestión de estar seguro que se hizo lo correcto, levantar la cara y seguir adelante.



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